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miércoles, 21 de abril de 2021

OLALLA

de Robert Louis Stevenson




Cuando piense en este libro será la madre de Olalla quien me siga aterrando. Su mirada vacía será la que me persiga como si una de mis muñecas se girara y me mirase con un atisbo de vida en las pupilas, para acto seguido volverse a sumir en su perpetua inmovilidad. Será la madre de Olalla a la que vea indolente en los cuartos llenos de retratos de muertos. Será el abismo de sus miembros exangües los que quieran abrazarme y dejarme entre sus brazos atrapada para siempre. Será la madre de Olalla con su instinto de araña quien me aguarde en la enorme casona donde cientos de fantasmas se arremolinan en sus estancias de siglos. Algo insano debe crecer entre sus paredes, algo que apague la luz del sol, la risa fresca, el brillo en la mirada de los jóvenes enamorados. En ella el polvo es un ser más que se abate en toneladas sobre quienes la habiten venciendo con su peso de años y años; posado sobre los hombros como un cansancio monstruoso del que no te puedes desprender. El cansancio que parece poseer a la madre de Olalla. Qué la hará despertar... 

En OLALLA, de Robert Louis Stevenson tenemos a un oficial herido que por recomendación de su médico se aloja, para continuar con su recuperación en óptimas condiciones, en un caserón español situado en un lugar idílico por su aire puro y hermoso paisaje. Este caserón pertenece a una familia de rancio abolengo que ha ido degenerando en su aspecto económico y en su conducta hacia sus congéneres. El que su sangre se mezclara en matrimonios inconvenientes, que se diera cierta endogamia, que existieran casos de locura entre sus miembros y el prolongado aislamiento, les ha convertido en seres extraños que desean evitar todo tipo de intimidad con los demás. Ante tales antecedentes, estos le hacen prever al oficial que le aguardan experiencias un tanto turbadoras alojándose en este caserón. Y aunque el buen doctor lo tranquiliza al respecto, ya la primera noche, instalado en su aposento, el cuadro de una hermosa mujer lo trastorna hasta tal punto que sus temores parece que se convertirán en realidad y un amor oscuro y malsano puede apoderarse de él.  

Este patrón se ha seguido en literatura hasta la náusea: casa aislada con habitantes extraños y misteriosos que ocultan algún secreto, visitante más o menos incauto y todo ello entre elementos a menudo sobrenaturales o inquietantes. Es un patrón que a muchos lectores nos apasiona, pero no siempre es desarrollado con igual destreza y leídos muchos libros con este modelo cada vez te vuelves más exigente y reclamas elementos novedosos que te sorprendan. Qué duda cabe que Robert Louis Stevenson era un buen escritor y así lo he apreciado siempre, pero en esta novelita aunque está bien narrada, maneja bien los elementos tétricos de la historia y tiene momentos de gran intensidad, no me aportó nada nuevo. Excepto la figura de la madre y las descripciones de la casa, el resto caerá en el olvido de mi memoria sin pena ni gloria. Lo que no me ha ocurrido con otros libros suyos. 

Y tendría que haber hablado de Olalla. Pero es que ella no me ha interesado demasiado a pesar de su hermosura, de sus libros esparcidos por el suelo... Era su madre quien no me dejaba en paz desde sus dos túneles vacío, y sin embargo hermosos, que eran sus ojos, casi sin vida, sin  alma, araña a la espera. Olalla es un ser idealizado que no lograba ver entre su zafio y embrutecido hermano y su madre enferma de abulia que se me hicieron mucho más palpables.  

Librito que puede gustar, pero que a quienes gozáramos en su día de Poe o Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros, e incluso tenemos muy presente la poesía de Baudelaire, se nos puede quedar un poquito corto y no por su tamaño, sino por su alcance y desarrollo en particular en su tramo final. 

Texto y fotografía: Ana Martínez García.

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