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domingo, 25 de abril de 2021

 'La casa de Asterión', perteneciente a su libro de cuentos EL ALEPH, de Jorge Luis Borges


Hace unos días alguien me decía que soy una soberbia y recordaba entonces este cuento de Borges. Siempre me he sentido identificada con Asterión en algunos aspectos. Él en su casa es libre y prisionero a la vez como en cierto modo me sucede a mí y se protege de la plebe en ella como yo me protejo de mis semejantes en la mía. Conforme vas leyendo este magnífico relato te das cuenta de que la soberbia, la misantropía e incluso la apariencia de locura de Asterión no son más que un escudo ante la incomprensión de la gente por un destino que lo incapacitó para comunicarse y convivir con los demás. Pero la casa es hogar, refugio y fortaleza, es su reino, y pese a que te infunde cierto temor por tamaña singularidad, "hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra", cuando comenta la quietud y soledad que en ella habitan, te puede parecer un lugar ideal donde apartarse del mundo y su ruido. La grandeza de su linaje y la posesión de esta casa pueden confundirte sobre su realidad. 

Ah, pero llega el siguiente párrafo y aquí asistimos con estupor a lo que dice. Rechaza lo que los hombres pueden transmitir a los demás y niega la validez de los textos escritos. Pero a continuación viene la explicación y es que no sabe leer. Lo que pretende es disfrazarlo y lo muestra como algo que le exigía su propia grandeza. Aunque se lamenta de ello a veces "porque las noches y los días son largos". De la comprensión paso a alejarme por su arrogancia para de inmediato sentir conmiseración por él, porque comprendo que habla su ignorancia y que esta lo aisla aún más. 

En el tercero es ternura lo que despierta en ti. Es como un niñito que juega solo y que entiende que únicamente con alguien como él podrá entenderse, así que sueña con otro Asterión que lo visita y entonces le enseña feliz su particular casa y ríen juntos... En sus fantasías es feliz, pero en el párrafo siguiente veremos que su realidad pesa cada vez más. 

De nuevo en el párrafo cuarto nos habla de esa casa que es todo para él. Ciertamente no se parece a ninguna otra. Dice que es tan grande que tal vez sea del tamaño del mundo o incluso sea el propio mundo y que quizás él ha creado el sol y las estrellas. Pero que en realidad no se acuerda. El lector se pregunta si en efecto está ante un Dios o ante un lunático. De lo que estamos seguros es de su cansancio, de sus dudas y de su gigantesca soledad, tan grande como su casa que es el mundo. 

Llegamos al penúltimo párrafo donde la soberbia se diluye en la esperanza para él -y para nosotros-. Un redentor vendrá a salvarlo. Él lo espera en su cansancio, en su soledad, "ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas". 

Y en el último párrafo el ser único, soberbio, el monstruo, recoge en su cuerpo inerme nuestras lágrimas.

Texto y fotografía: Ana Martínez García.

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