Me he leído MADE IN ENGLAND, de Doris Lessing con verdadera ansia. Es el último libro que he terminado y saltándome tres o cuatro que tengo pendientes para escribir sobre ellos me he venido a gritaros mi entusiasmo. ¡Es que hacía demasiado tiempo que no leía un libro suyo!
Ella siempre tiene la facultad de bajarme los pies a la tierra y cuando voy comenzar a reprocharle su falta de romanticismo ya llevo tres cuartas partes del libro y me ha conquistado de nuevo. Por un motivo u otro leer sus libros dejan en mí una huella imborrable, a veces molesta, y es que me hace pensar demasiado. Nunca sus títulos me dejan indiferente, me dejan reflexionando y llegando con disgusto a conclusiones incómodas. Me digo, "vaya, ahora que me había leído un libro que me hacía soñar y he podido largarme lejos de la ingrata realidad me pongo con la Lessing y lo estropea todo". Y es que ella era una grande y los grandes tanto en sus ficciones como en sus libros autobiográficos -este lo es-, nos van a dar verdades incómodas y como son tan buenos no vamos a poder rebatírselas. Pero es tan necesario, maldita sea, a los grandes no podemos dejar de leerles, aunque nos den cuatro bofetadas bien dadas.
Recuerdo cuando leí "El quinto hijo". Ya lo he contado mil veces, pero me gusta repetirme por mi propio placer, rememorar una y otra vez el primer contacto con un escritor que pasaría a formar parte de mi caminar como lectora. Compré el libro y me puse en una terraza de Murcia a leerlo con un yogur helado. Me veo a mí misma pasando las páginas y ya diciéndome que no era nada romántica la señora; pasando las páginas y darme cuenta de que está anocheciendo y tengo que coger un autobús. Lo leí en nada igual que este y nunca lo he olvidado, como no olvidaré este tampoco.
Qué puedes hacer cuando en la primera página ya lees lo siguiente, "Debo confesar, para dejar de lado las confesiones ya desde el principio, que tendría unos seis años cuando llegué a la conclusión de que mi padre estaba loco", sino seguir leyendo. Doris Lessing vive en Zimbabue y desde niña ha deseado ir a Inglaterra, "Inglaterra era para mí un grial". Al fin en 1949 viaja hacia el mito inglés, pero Londres todavía acusa los destrozos de la II Guerra Mundial y no va a ser tan fácil amar la ciudad y encontrar ese temperamento típico inglés. "Por entonces, yo todavía no había aprendido a disfrutar de Londres. Se lo dije. Negó con la cabeza y contestó que eso requería tiempo. Pero que si yo quería, me enseñaría algunas cosas. Después subió corriendo para bajar una reproducción del Puente de Charing Cross, de Monet". No llega, además, en su mejor momento, atraviesa una mala situación económica, depende de ella su hijo pequeño, arrastra las secuelas, seguramente, tras dos divorcios y el haber dejado atrás a sus dos hijos mayores -aunque no menciona en este libro ni a sus ex maridos ni a sus hijos-, pero también tiene el firme propósito de poder dedicarse a la escritura en el país de sus ancestros y su determinación no la dejará rendirse.
Doris Lessing no es de quejarse, ella no te va a estar vertiendo lagrimitas. Describe la situación tal cual es, desde el punto de vista de la escritora que observa a su alrededor con objetividad, lo plasma sin adornos, sin eufemismos, sin colorear la realidad. Se echa de menos saber más de sus sentimientos y se agradece cuando estos aparecen muy rara vez. Pero por su escasez los hace más preciosos. No hay en su libro hombres ni mujeres ideales, solo son personas con sus miserias y sus carencias tratando de vivir y sobrevivir con sus castillos de ilusiones desmoronándose cada día. Ese futuro de renuncias, de la grisura de los días, de los desafectos y abandonos los aguarda a todos, pero cómo avenirse a él sin más, con descarnado cinismo.
Una buena lectura muy recomendable. Para reflexionar, para poner lo pies en la tierra, para saber más de esta gran escritora. Visitarla en aquellos años, en su cuarto lleno de grietas ante su antigua máquina de escribir y saber que lo logró pese a los momentos tan complicados que tuvo que vivir.
Texto y fotografía: Ana Martínez García.
Fotografía en blanco y negro no he encontrado quién fue el fotógrafo.
Ay...la Lessing...¡¡cuánto hay que aprender de ella!! Me pasó un poco como a ti, pero sin yogurt helado, y quizá, necesitando una reflectora de sus libros...en especial de éste. Lo cierto es que lo de no tener nada de romanticismo, no sé, quizá yo lo llamaba por entonces, demasiada realidad, o incluso pesimismo, pero no...ciertamente, estaba siendo realista y despojando sus historias de ese romanticismo que a veces rompe lo mejor de la vida...compartirla.
ResponderEliminarSeguiría hablando de esto y tomando tazas de té con Ana y con Lessing...pero el tiempo manda. Tengo pendiente pasar por aquí con más tranquilidad ahora que sé que estas reseñando...y charlar de libros.
Un abrazo y espero que sigas con Lessing...y nos lo cuentes.
Muchas gracias, María, por tus comentarios!! Es una escritora a la que cada cierto tiempo necesito volver. Su realismo me deja un poco desvalida, siempre al principio incluso se lo reprocho para luego agradecérselo, porque al final obtengo un aprendizaje muy importante. Era una mujer que muy pronto tuvo que apañárselas y separarse de dos de sus hijos. Debía pensar que no podía llevarse por sentimentalismos. Y yo que soy tan sentimental la necesito para equilibrarme.
EliminarSiempre es un placer charlar contigo. En cuanto me reorganice te visitaré también. Un abrazo chillao!!!