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lunes, 24 de junio de 2019


"¡Sí, claro, soy un raro, un rarito como Thoreau y Gandhi!".

"Todos conocían muy bien los límites de sus capacidades mentales. Todavía tenían que explorar los límites de sus capacidades físicas, pero descubrir que era posible despabilar una vela, por ejemplo, suponía una experiencia casi abrumadora para un hombre a quien había paralizado el miedo cuando la compañía eléctrica le había comunicado que le cortarían el suministro si no pagaba la factura antes del día quince del mes corriente".

"Por las noches, en el gran salón, a la luz de las lámparas de aceite, empezaron a organizar conferencias y lecturas de poetas y filósofos. Montaron una obra de Molière. El pastor oficiaba un servicio los domingos, al que asistían sobre todo por curiosidad. Descubrieron una catarata en el bosque y nadaban en la piscina natural que se formaba al pie, mientras Taub los observaba desde una roca como una deidad ctónica en bermudas. Compraron bicicletas; fueron de pícnic por los alrededores. [...]".


La sociedad me parece un ente incompresible al que me tengo que adaptar, pero que por más que lo intento no lo consigo. Quizás en el fondo no lo quiera lograr, porque sería la gran concesión a algo que me parece profundamente equivocado. El deseo de huir es constante, pero no sé cómo hacerlo, ni hacia dónde ir; no sé cómo romper estas cadenas que nos atan a todos. Me siento a menudo como en medio de una multitud, intentando ir en dirección contraria, pero me resulta imposible, me arrastran hacia un precipicio que nos aguarda tras las grandes puertas de un centro comercial con un brillante cartel que pone: REBAJAS. Y todos caemos y todos morimos bajo una inmensa pila de productos desechados. 

Claro que me planto ante determinadas prácticas, pero no me quita la insatisfacción ni la sensación de angustia. Tratar de no perder mi individualidad en este mundo globalizado, cuando devorarlas es su razón principal, requiere un esfuerzo que te depara a menudo más incomprensión de lo que sería lo razonable. Muchos nos quejamos, pero no sabemos qué hacer. Solo me alivian mi malestar -este y otros- los libros y últimamente en especial aquellos en los que se narra el intento de hacer algo diferente, de apearse de esta locura cada vez más deshumanizada. Incluso en los libros donde la experiencia no se logre me parece que me da claves para algún día alcanzar cierto equilibrio entre lo que me marca mi naturaleza y lo que la sociedad me exige. Es por lo que EL OASIS, de Mary McCarthy me llega en el momento en el que más siento que lo necesitaba y mi malestar encuentra un diálogo posible. Qué falla en una utopía: el propio ser humano que no ha alcanzado su pleno desarrollo, su madurez adecuada que le permita desprenderse de aquello que nos enfrenta e impide lograr un propósito común más razonable.

Mary McCarthy en EL OASIS así nos lo muestra. Crea una maliciosa e irónica narración en la que un pequeño grupo de personas a finales de los años cuarenta se marchan a vivir a un entorno natural, recuperando las formas de subsistencia más sencillas y compartiendo el trabajo manual sin jerarquías. Forman una comunidad que llaman Utopía y es su forma de negarse a ser parte de un mundo que entraba en la Guerra Fría con las dos superpotencias adoptando posiciones para echarse un interminable pulso en el que el que casi todo valdría y fuera cuales fuesen las pérdidas humanas. El silbido de la amenaza de la bomba atómica sonando en sus oídos podía ser para muchas personas una amenaza insoportable que los impeliera a actuar. El propósito, cómo no, es loable y el dar el paso es asombroso. No es el "sálvese quien pueda", sino hacer algo, demostrar su desacuerdo y tal vez lograr mostrar un mejor camino. Pero aun dándose momentos en la novela de idílica comunión con la naturaleza y reconocimiento de vivir algo hermoso, estos momentos son muy escasos y los conflictos pronto se apoderan de la convivencia. Se han formado en Utopía dos grupos, los realistas y los puristas y comienza la "guerra", siempre las guerras, porque algunos están más pendientes de defender sus posturas que de lograr que el proyecto común triunfe. 

Esta novela no muy extensa augura, en efecto, el fracaso de un experimento de apearse ante unos acontecimientos amenazadores e impuestos, ante unas formas obligadas de conducirse. Pero con su aguda mirada, la autora, nos puede dar algunas claves que junto a las de otros escritores que han escrito sobre la inconformidad de grupos de personas, nos pueden servir para lograr creer en una nueva formulación de lo que podría ser un modo de vida en la que se logre al fin dar con un modelo válido y alternativo a lo que nos viene dado. Vivimos tiempos en los que se ha instalado un gran cinismo, que parece que no son posibles otras alternativas, pero resignarnos a un mundo tal cual es supondría un fracaso que nos llevará a un retroceso humano de incalculables consecuencias. Me parece que para muchas personas se están cruzando unos límites que son cada vez más inaceptables y ante los que ya no se puede fingir inocencia y mirar para otro lado. 

Mary McCarthy tomó como modelo para esta novela a algunos de sus amigos, a compañeros de trabajo, a conocidos intelectuales de la época e incluso a parejas que había tenido, ridiculizando sus posturas y creando una sátira que no los dejaba muy bien parados. Se creó un gran revuelo en su momento y enfadó mucho a algunos de ellos. A mí es lo que menos me importa en la novela. Sientes curiosidad, pero entiendo que el autor puede tomar los modelos de alguna parte. Mary McCarthy es verdad que lo hizo disimulando muy poco y sin suavizar nada sus descripciones, pero como lectora lo que me interesa es lo duradero que obtengo de su lectura y quizás esas claves de las que hablaba. A mi entender ella no se burla de los propósitos, sino de las pequeñas miserias y egos de este grupo, de sus miedos no afrontados y de la hipocresía que esconden tras sus fachadas de gente comprometida que al final quiere imponer su razón e impide que esos buenos propósitos se lleven a cabo. Su gran amiga Hannah Arendt definió esta novela de "pequeña obra maestra". A ella, desde todo lo vivido con anterioridad, la sorprendía la ingenuidad de todos aquellos intelectuales que encontró tras su exilio a Estados Unidos. Ella decía que "la utopía es el verdadero opio del pueblo". Que así surgían los totalitarismos. El escollo es siempre el mismo, lo que no se está haciendo bien es la formación plena del ser humano que no ahogue los individualismos, sino que los potencie en la más positiva de sus acepciones y buscando un ético equilibrio de convivencia en sociedad con la imperiosa necesidad de conservar la naturaleza y no destruirla como estamos haciendo. ¿Es posible? No lo sé. Pero no buscar alternativa mejores, dejarnos conducir por lo imperante tampoco me parece la mejor solución. Hay que seguir buscando, hay que seguir planteándose modos de vivir más éticos. 

Confieso mi incapacidad para encontrar soluciones, solo puedo gritar que el ser humano cada vez más me parece el menos humano de los seres y, desde luego, el más destructor. Busco claves en estos libros, busco al menos crear la pequeña ilusión de que es posible.

Foto y texto: Ana Martínez García. 

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