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jueves, 12 de septiembre de 2019


Pensé en aquella mañana y en cómo se nos había antojado disponer de todo el tiempo del mundo. Y ahora parecía que ya no quedaba tiempo.


Podemos decir que esta novela nos habla del arte, de la literatura, del amor, de las relaciones familiares. Podemos decirlo y es cierto, pero el mensaje más importante de esta novela lo tenéis arriba: el tiempo que juega con nosotros -y nos dejamos, somos colaboradores entusiastas- toda nuestra vida. Vivimos de mañanas y cuando llega la tarde, una tarde de invierno, oscurece demasiado pronto y ya no podemos hacer otra cosa que irnos a dormir. 

Esta novela debía ser la confirmación de algo: que Iris Murdoch llegó con "El unicornio" y con "El príncipe negro" se queda para siempre. Pero además será la que me empuje a releer "Hamlet", de William Shakesperare -de nuevo él-; de la referencia encantadora a "Emma", de Jane Austen; la de mi desdoblamiento; la que me dijo que aun en un mal momento me podría acompañar. Y ha sido la de seguir complacida a un personaje complejo, que se queda conmigo, al que le he hablado mucho, desde ese desdoblamiento que mencionaba, que me agradaba, con el que me congratulé en muchas de sus reflexiones sobre el arte, pero que, pese a todo, tuve que recriminarle su comportamiento a medida que va degenerando. No podía ser de otro modo. Pero es que, el pobre, como tantos de nosotros, tal vez perdió la mañana y dejó todo lo pendiente para esa tarde de invierno. 

Bradley Pearson ha pospuesto gran parte de su vida ser el escritor que cree ser. Pero al fin ha llegado el momento de ponerse a escribir la gran novela que lleva dentro y lo ha dejado todo preparado para que nada se lo impida. Sin embargo, no será tan sencillo. Como en uno de esos sueños en los que necesitas con desesperación llegar a un lugar o alcanzar un propósito y van surgiendo todo tipo de impedimentos, a Bradley así le sucede y saltan a escena su hermana con una crisis matrimonial, su ex mujer, la mujer de su mejor amigo, el hermano de esta, un antiguo compañero de trabajo y, quizás, ¿el amor? Pero sobre todo, hay una figura central, su amigo, Arnold Baffin, escritor cuyo gran éxito y facilidad para escribir no dejan de mortificarle. Y en su intento de huir cada vez se verá más y más embrollado hasta un desenlace... Ahí lo dejo.

Dice Álvaro Pombo, en su magnífico prólogo, que quizás algunos le recriminen a Iris Murdoch sus perfectos acabados. Que puedan parecer inverosímiles, dado que la vida no es así, no tiene finales perfectos. La muerte no espera para que todo te quede bien cerrado. Pero, la creación artística, literaria no tiene por qué imitar la realidad, sino representarla, sus reglas no son las mismas. A mí no me molesta en absoluto una novela bien acabada. Detesto más una en la que se vea la ineficacia del escritor que no ha sabido dar con el mejor final. A menudo, no se trata de uno cerrado o no, sino del más adecuado a la creación ante la que estamos. Esta reflexión tomada de la mano de Álvaro Pombo, pasando por mi propia experiencia y preferencias como lectora, me llevan a "La información", de Martin Amis. Gran admirador de Iris Murdoch, alcanzó el final más adecuado, un final magnífico en esa novela. Una novela que es deudora de "El príncipe negro". No sé si alguna vez Amis lo ha reconocido, pero es imposible no ver en "La información" la influencia de esta historia sobre una gran rivalidad entre dos escritores. 

Y es que Iris Murdoch, puedo ya decirlo sin dudarlo, era muy buena escritora. La construcción de sus novelas responde a un propósito que sin perderse se bifurca en otros secundarios. Su literatura se ha expandido, sigue viva. Están bien pensadas, bien desarrolladas y, lo que decía, bien acabadas. Pero sobre todo, encuentran un acomodo en el lector perdido en mañanas somnolientas que olvidan las escasas horas que nos quedan en las tardes de invierno. El lector tiene la responsabilidad para sí mismo de saber lo que es para él una buena obra, de elaborar su propio esquema al que responder y saber argumentarlo. Lo categórico sin desarrollo razonado no sirve para nada. Esta escritora encaja a la perfección en mi esquema y a medida que vaya leyéndola iré argumentándolo. Y será un placer hacerlo. Quien quiera acompañarme, será bienvenido. 

Texto y fotografía: Ana Martínez García. 

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