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lunes, 20 de enero de 2020


~DUMALA~
de Eduard von Keyserling


Se escuchan pisadas en la nieve. Se aproximan. Un eco persistente: Dumala, Dumala, Dumala... Las ruinas envueltas en un silencio cargado de años, aguardan. El visitante intenta ver algo asomado a una de las ventanas: oscuridad. No, ¡espera! Una leve luz en lo que parece una gran chimenea. Se va agrandando hasta que un gran fuego ilumina la estancia. Al principio los roedores se quedan perplejos en el centro del ruinoso salón, mirando aquel inesperado fulgor. Las rasgadas cortinas se mueven sin viento, se van recomponiendo, adquieren colores que se sacuden de polvo el ajado semblante. A un lado de la chimenea, una silla de ruedas y un hombre demasiado delgado, demacrado, pero de porte aristocrático, impecablemente vestido y peinado. A sus pies, una hermosa mujer le masajea las piernas que tiene cubiertas por una manta roja. Enfrente dos hombres. Quiénes son. Erwin Werner, pastor de Dumala, y Karl Pichwit, secretario del barón Werland, por el que ambos sienten un profundo respeto. Pero es la mujer, Karola, quien concentra toda la atención. Lene, la esposa del pastor ya lo dijo con cierto desprecio, con dolor, que Karola siempre quiere verse rodeada de hombres rendidos a sus pies. La joven esposa, algo torpe, teme todo el tiempo enfadar a su inteligente marido. Se queda tan a menudo en casa, sola. Él es requerido, en su labor de pastor, cada vez con más frecuencia por la baronesa con la excusa del marido enfermo que lo aguarda para debatir sobre Dios y la muerte que sabe cercana. Se mira las manos rojas. Él las comparó con las de Karola, "las tiene tan blancas como la nieve", le dijo. 

El visitante no puede dejar de admirar aquel salón despojado ya de sus ruinas y aun así, lo siente todo el tiempo a punto de desmoronarse. Tras los paneles de madera se oye el ruido de los roedores royendo sin parar. Y aquellos personajes en una tensa armonía de deseo y celos los escuchan como si pudieran detener el tiempo, el deterioro, la decadencia hipnotizados por la mujer y aquellas manos blancas de uñas rojas y brillantes anillos que se mueven solícitos, pero ausentes sobre las piernas de su marido. 

La nieve cae sin parar. El bosque esconde peligros en su blanca densidad. El palacio de Dumala es un edificio de hielo que se derrite en sus cimientos. Las bajas pasiones pueden roer hasta la más resistentes estructuras. El visitante sigue bajo la nieve, se siente cómodo ante la escena que está a punto de estallar. Un caballo se acerca. Quién osa romper en pedazos la imperfecta composición. Los celos, los celos, los celos... ¡la romperán en pedazos! Es el barón Rast. Se aproxima. "Tenga cuidado con las ovejas de su rebaño, pastor. Rast, es un desmesurado consumidor de hembras". Le brillan tanto los ojos a Karola. Escucha el galopar del caballo cada vez más cerca. Se desprende del tedio como de una bata que se le estaba quedando anticuada; las manos se quedan quietas sobre las piernas enfermas de su marido. Aguarda con una sonrisa desmesurada, animal. Los ratones roen la madera cada vez más rápido, cada vez más fuerte...

Texto y fotografía, Ana Martínez García.

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