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martes, 28 de julio de 2020


TRAGEDIA DEL SEÑOR MORN
de Vladimir Nabokov


¡Estoy condenado! Yo no sé morir, ¡no sé!, y ya es tarde para aprender, ¡no hay tiempo!, ¡ahora vienen a por mí!...

Todo esto es un sueño... El sueño de un poeta borracho.

Vladimir Nabokov siendo muy joven repartía su talento entre la pintura y la escritura, pero fue en las letras y no en los lienzos donde acabaría empleando su amplia paleta de colores. Comenzó como poeta y escribió también teatro y relatos, pero sería en la novela donde el genio del escritor ruso alcanzaría su máximo esplendor. Inteligente como era se dio cuenta pronto dónde podría desarrollar plenamente su gran potencial. Su primera novela, 'Mashenka' o 'Mary', como prefiráis, la publicaría en 1926 y ya es una obra redonda, no le falta ni le sobra nada. Uno de sus mayores admiradores, Martin Amis, lo dijo claramente: "una pequeña joya". Y sin duda lo es. El título que hoy me ocupa, TRAGEDIA DEL SEÑOR MORN, obra de teatro escrita en ruso y de estilo shakesperiano, la había terminado dos años antes, en 1924, pero no sería editada hasta 1997. Sin estar a la altura de su primera novela, es una gran obra y para los lectores que admiramos a este enorme escritor que en este nefasto 2020 -no todo iba a ser malo- la editorial La Uña Rota la haya editado con una buena traducción directa del ruso de manos de Rafael Rodríguez y una edición cuidada con una introducción como merece, es sin duda una gran alegría que no nos podíamos perder. Y no me la he perdido.

En esta obra de teatro se ve venir al joven autor con paso firme, con su enorme talento bajo el brazo y con los temas que iría desarrollando a lo largo de su extensa carrera literaria. El juego shakesperiano es una curiosidad muy estimable para los que admiramos a ambos, resultando un ejercicio brillante. Para lo que opinaba Nabokov sobre el teatro de Shakesperare y en relación a esta obra os remito a su magnífica biografía escrita por Brian Boyd, editada en español por Anagrama. Uno de los temas más interesantes que analiza es del rechazo de Nabokov a la inevitabilidad imperante en las obras del Bardo de Avon. No nos equivoquemos, no estamos ante un imitador de Shakespeare, sino  que Nabokov, ya con las ideas muy claras, nos muestra en este juego lo que serán los principios fundamentales de su narrativa. A modo de una obra suya, él nos muestra su propia idiosincrasia.  

En las obras de Nabokov se dan tantos temas y en una escala de niveles tan asombrosa, que a mí personalmente a la hora de acometer la tarea de escribir sobre uno de sus títulos prefiero centrarme en lo que más significativo ha sido para mi. No hay ni una sola novela suya que haya leído de la que no haya extraído un mensaje claro que me sea útil. Curiosamente, él que no creía que las obras literarias debieran tener un propósito didáctico sí dejaba en ellas un importante aprendizaje a veces por la propia evolución de algunos de sus personajes, en el caso de Pnin, por ejemplo, vemos un clarísimo álter ego. En esta tragedia y siendo un tema que me interesa mucho voy a resaltar esa tarea ineludible -o debería serlo- en la evolución de un ser humano que es aprender a enfrentarse con la muerte. Asignatura cada día más pendiente en esta sociedad que nos coloca cada vez más de espaldas a ella, la pone en un escaparate y nos deja desalmados ante su llegada. En esta obra la mayoría de sus personajes de un modo u otro se van a ver cara a cara con la Parca y cada uno de ellos tendrá una reacción diferente. Voy a poner unos ejemplos sin desvelar demasiado. Está el que convencido de que el honor siempre hay que salvarlo, sobre todo en cuestión de amor, que temblará ante la muerte, pero que aun así irá a su encuentro. El que prefiere la muerte, incluso infringiéndosela a otros con espantosa crueldad por defender unos ideales revolucionarios antes de llevar una existencia en letargo; también tenemos al que inconsciente e insustancial cuando la ve cerca actúa con la mayor de las cobardías, incluso dando de lado al ser amado; la que siempre elige la vida, desde el egoísmo quizás, aunque le quede un mínimo aliento, e incluso el que sintiéndose un hombre noble de gran dignidad al llegarle el momento prefiere huir, pero se consume después al reflexionar sobre su cobardía y ve que vivir así no merece la pena. Todos estos personajes y otros más se nos aparecerán en un principio como seres muy diferentes a lo que serán al enfrentarse a la muerte, sorprendiéndose mucho alguno de ellos al ver sus propias reacciones.

Además de todos los significados que podemos extraer de cualquier obra de Nabokov, la trama principal es muy amena, muy shakesperiana, como decía, pero con unas innovaciones y unos giros que el autor ruso tiene muy claros y que rompen cierto encorsetamiento de un teatro que se impone ya que rompa con algunos principios. Ambientada en un momento histórico que no se desvela y un país que tampoco se nombra, los sucesos terribles de una revolución nos remiten por fuerza a la Revolución  bolchevique, por la que Nabokov y su familia se vieron obligados a exiliarse. Y esa presencia de la muerte como un personaje más que enfrenta al resto de personajes consigo mismos y con los demás la había tenido muy presente a pesar de su juventud por tan duros sucesos que había vivido y por la propia muerte de su padre, dos años antes. 

Ganus, es un revolucionario arrepentido que ha huido de su destierro y acude a su antiguo líder, Tremens, buscando noticias de su esposa Midia. Al descubrir que mantiene relaciones con el señor Morn lo retará a un curioso duelo que se decidirá con los naipes, a pesar de que llegado el momento le es desvelado un secreto que podría cambiarlo todo y propiciar las peores consecuencias. 

Vladimir Nabokov escribió esta obra en Praga, mientras mantenía correspondencia con Vera, que sería su esposa durante más de cincuenta años y que se encontraba en Berlín. Momentos muy difíciles para ambos en el exilio, que los unió aún más y que a pesar de todo el sufrimiento no impidieron que él se convirtiera en un enorme escritor. Ver en esta obra sus primeros pasos, ya tan seguros, tan firmes, encaminados, eso sí, hacia sus novelas con las que alcanzaría la excelencia ha supuesto un enorme placer. Una obra que se lee en nada y que se queda para siempre en ti y te acerca un poco más a su particular y rico mundo literario. 

Texto y fotografía: Ana Martínez García.  

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