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viernes, 28 de agosto de 2020

 

~OLAS~

de Eduard von Keyserling


Telas: piqué, muselina, lino... me ondean el viento hasta llevarme a un pasado erigido entre las dunas en una casa al lado del mar. Tan cerca que los cimientos ya se hunden en la arena como en tierras movedizas. Pero Nini y Lolo con sus melenas pelirrojas ondeando por el mismo viento, lánguidas y confiadas, ignoran que la humedad del mar avanza sigilosa y ya les llega a los bajos de sus vestidos, tan delicados como sus jóvenes anhelos. Doralice, esa mujer de la que no se puede hablar; Doralice, tan bella que duele mirarla; Doralice, Ella, representa el misterio y el escándalo, huyó con un pintor cuando casada con un conde vivía en su castillo, encerrada entre penumbras opresoras que custodiaban los latidos de los sueños prohibidos tras las gruesas puertas. Doralice ha llegado a sus vidas, en su lugar de veraneo, mientras pasea por la playa la espían escondidas en la buhardilla y quedan prendidas de sus vestidos que desprenden un anticuado perfume de jazmín. La Generala prohíbe mencionarla. Pero no puede cegar a los hombres ni a las muchachas. Su gran belleza es una aura de presagios de dolor y celos. Lolo lo supo cuando fue a su encuentro, es "su boca marcada por la fatalidad". Nadó sin descanso hasta ella y luego nadaron juntas. La inocente joven, recién prometida con el alférez de húsares de Brunswick Hilmar vom Hamma; nadando con lo prohibido, con lo excitante. Y su gesto:
Lolo tomó aquella pequeña mano húmeda, la sostuvo unos instantes y se la llevó fugazmente a los labios.

-Le... le doy las gracias, señora -dijo en voz baja.

-Así no -le espetó Doralice, que se inclinó y besó a Lolo en la boca. 

OLAS (1911), de Eduard von Keyserling, fue una de las primeras novelas que el escritor escribió estando ya ciego por la sífilis. Sus novelas se las dictaba a sus hermanas y poseen un algo onírico, crepuscular y decadente que las hace únicas. Las descripciones son bellísimas, como si encerraran un doloroso caminar entre los recuerdos, tratando de no olvidar los colores aprendidos y a la vez mezclados con los nuevos surgidos de la pura imaginación, erigiendo una ficción entre las ruinas incomparable. 

Cuánto daño podrían haberme infringido los libros de Keyserling leídos siendo muy joven. Hubiese emergido de sus novelas trastornada por su atmósfera de ensueño; enajenarían mi realidad con su perfume dulzón de frasco roto que se quedó olvidado en un rincón y se envenena en su propia oxidación. Ahora a sus historias las meto en una urna de cristal para mirarlas casi con enfermizo detenimiento, pero sintiéndome a salvo. Creo. Las novelas de este escritor se adaptan a mi ser como en una urna de flores secas con el aire viciado de un cuarto donde no se vivió, donde solo se soñó literatura, y se quedan contenidas en mí como un sepulcro que mantiene, sin embargo, con vida sus fantasmas de ficción. Fantasmas vestidos de piqué, muselina, lino...

Texto y fotografía: Ana Martínez García. 

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