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domingo, 8 de noviembre de 2020

2666

de Roberto Bolaño

- La parte de Fate

- La parte de los crímenes

- La parte de Archimboldi




LA PARTE DE FATE

En la tercera parte de 2666, Fate, periodista afroamericano que escribe sobre temas políticos y sociales, es enviado a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo en sustitución de un compañero que ha sido asesinado. Realizando su trabajo va a saber de los crímenes de mujeres y va a conocer a Rosa, la hija de Amalfitano. 

La urdimbre que Bolaño ha ido tejiendo en estas tres partes tiene un momento cumbre al final de la de Fate que te deja sobrecogida por lo que implica en la trama principal de la novela y por cómo lo orquesta el autor. En esta tercera parte la sensación de peligro va ir in crescendo hasta un desenlace en el que confluyen infinidad de filamentos sensoriales que el autor ha ido templando. Bolaño, si hubiera querido, hubiese podido terminar la novela en esta parte y, sin duda, ya sería una gran obra. Pero va más allá, porque en ella lo que nos viene a decir es que ese final satisfactorio con el que exhalas un suspiro de alivio ha sido un espejismo, que la pesadilla continua y en la siguiente parte te va a lanzar al mayor de los abismos. 

LA PARTE DE LOS CRÍMENES

Esta parte es una travesía por el infierno. Inevitable no tener presente a Dante. Son casi cuatrocientas páginas de horror. No voy a suavizarlas. Bolaño no se regodea, pero nos da la medida exacta con pasmosa sobriedad y de forma notarial de lo que allí sucedió. Y no sabes qué hacer con semejante realidad, te descose a tirones, a desgarrones. Tu concepción del mundo se desmorona. Es la maldad con mayúsculas. No hay alivio en esta parte. No lo hay porque si terribles son los crímenes, el descuido, la falta de interés, la desgana, la corrupción que arrastra a casi toda la policía es tal que no quedan nada más que muertes y más muertes. Pero no intentar agarraros a ese "casi", porque no sirve de nada o de apenas nada. Los pocos, poquísimos, que intentan hacer bien su trabajo, que les duele, que les preocupa, son de un modo u otro alejados de los casos, boicoteados, desanimados. Se pierden pruebas continuamente, no se observan con atención los lugares donde aparecen los cadáveres, si hay un policía que comienza a elaborar teorías, a seguir ciertas pistas que se repiten o parecen importantes, poco menos que se ríen de él. Esas mujeres, muchas unas niñas, no parecen importar a casi nadie. A sus familias, las que la tienen, pero las autoridades no les hacen ningún caso. Son pobres la mayoría, trabajadoras de las maquiladoras: "... en medio de la colonia La Preciada, como una pirámide de color melón, con su altar de los sacrificios oculto detrás de las chimeneas y dos enormes puertas de hangar por donde entraban los obreros y los camioneros". Hay un momento de chistes machistas contados por los propios policías que llamarlos vomitivos es quedarme muy corta. 

A qué se agarra el lector en semejante infierno, pues a lo único que brilla en el desierto de Sonora, manchada de sangre y arena, la Literatura de Roberto Bolaño, que se erige inmensa y es lo que te permite seguir y por lo que sigues. El mal, el horror del mundo y la literatura van paralelos en 2666, se entrecruzan, se fusionan a veces, hay momentos en los que no sabes distinguirlos. Es la búsqueda de la pepita de oro, la escapada de la pesadilla, los brazos extendidos en alguna parte, entre la muerte, el horror y las alucinaciones. 

LA PARTE DE ARCHIMBOLDI

A esta parte llegas exhausta después de la anterior. Aunque tiene momentos duros también, pero es ya muy diferente. Junto con la primera es con la que más disfruté. Si recordáis, en 'La parte de los críticos' estos persiguen la figura del escritor Benno von Archimboldi. Este no deja de estar presente en mayor o menor medida a lo largo de toda la novela y aquí por fin lo vamos a conocer. Desde su infancia -es un niño extraño-, adolescencia, su paso por la guerra, cómo descubre un cuaderno que va a ser decisivo para él como escritor... Su paso por la casa de campo de un barón, con una familia aristocrática decadente y muy particular; inolvidable la baronesa von Zumpe y el deleite que supone su aparición durante toda esta parte; ¡estará Drácula!... Muchísimas referencias literarias entrelazadas con las historias de los diferentes personajes. Esta parte es una novela en sí misma y en la que los nexos, como ocurría con las otras partes, son muy importantes y al ir reconociéndolos completaremos algunos círculos, mientras el texto se sigue bifurcando una y otra vez en diversos caminos por los que seguir adentrándonos. Esta parte es la gran recompensa de 2666, aunque emerjas de ella llena de cicatrices que dolerán siempre.

Se dice que 2666 es una novela inacabada. No es así exactamente. Roberto Bolaño, cuando ya la muerte le dijo que no esperaba más, la tenía terminada. Le podían quedar detalles por pulir, pero lo fundamental estaba. Es que no se puede terminar del todo algo así, es imposible. Pero después de casi mil doscientas página en las que te da tantísimo, en la última no te quedas con la sensación de algo incompleto. Quedan las respuestas que nunca se responden, como sucede en la propia vida a menudo, Pero la experiencia ha sido tan grande que no le haces ni un solo reproche y la terminas satisfecha y segura de que ha sido una gran lectura.

No sé si ya lo dije en mis textos anteriores sobre esta novela, si lo he dicho, lo reitero, y es que en todas esas páginas he sufrido lo indecible y he disfrutado mucho, pero ni en una sola me he aburrido. Ni en un párrafo siquiera. Cómo no mostrarme agradecida ante este escritor. Está en mi altar. Un altar imperfecto, pero el mío. 

Texto y fotografía: Ana Martínez García.


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