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lunes, 22 de febrero de 2021

 HABLA, MEMORIA

de Vladimir Nabokov


Con HABLA, MEMORIA escribió Vladimir Nabokov una de las autobiografías más originales y hermosas de la literatura. Dudo mucho que ningún buen lector se quedara indiferente ante ella. A través de quince capítulos realiza un recorrido por su infancia y adolescencia en San Petersburgo, Rusia, su exilio junto a sus padres y hermanos en 1917, los años que vivió en Inglaterra, Alemania y Francia, hasta que con cuarenta años él, su mujer y su hijo cruzaran el Atlántico hacia su nueva vida en Estados Unidos. Primero se vieron obligados a huir de Lenin y veintiún años después de Hitler.

Aun siguiendo en un principio un orden cronológico en su narración, los numerosos saltos en el tiempo que va realizando en cada uno de los diferentes capítulos y los recuerdos que elige remarcar, aportan la gran diferencia. Son como el vuelo delicado de la más extraordinaria de sus mariposas, una que fuera capaz de atravesar el tiempo y fuese dibujando con sus patas y sus delicadas alas arabescos que señalaran el secreto de lo que la vida tenía planeado para él. Porque no es la intención de Nabokov el realizar un recorrido exhaustivo por lo que fue su vida durante aquellos años, sino que su propósito es otro. Como siempre ocurre en sus mejores novelas, las intenciones ocultas, pero no imposibles de encontrar, como si de un ingeniosísimo juego se tratase, también están en su autobiografía. El gran escritor lo que pretendía era registrar las señales que el tiempo le fue dejando de un "plan invisible". Para él que entendía el tiempo como una cárcel, ve en esas señales que trazan las pautas de su existencia, el modo de trascenderlo. Y ya lo creo que lo hizo. Pero va más allá. Siempre generoso con el lector, también nos dice a nosotros que podemos si estamos atentos encontrar las pautas de nuestras propias vidas. 

Los lectores que estamos familiarizados con la obra de Nabokov, vamos encontrando sus temas recurrentes en este libro: los senderos en los jardines, las espirales de colores, la naturaleza, las mariposas, los trenes, sus espectros... , el amor. No siendo en esta ocasión una ficción, el creador que es no puede dejar de construir una obra artística y, además, como no podía ser de otro modo, tratándose de quien se trata, crea una obra genial. 

Vladimir Nabokov tuvo una infancia y adolescencia privilegiadas. Perteneciente a la aristocracia rusa vivía rodeado de sirvientes, preceptores e institutrices. Pero lo más importante, lo que le daría la fortaleza necesaria para resistir en lo difíciles momentos de su exilio, sería el haber tenido unos padres cariñosos, atentos, cultos e inteligentes que le dieron la firme base por la que caminar durante toda su vida. Cuando en 1917 con la revolución bolchevique tienen que huir con apenas unas pocas joyas escondidas en una polvera, cambiaría su trayectoria de forma radical. Toda su obra futura quedaría teñida de esa nostalgia por su Rusia natal a la que jamás podría regresar.  

Nabokov vivió momentos muy difíciles a partir del exilio, pero hubo un suceso, el más doloroso de todos, que de forma magistral a través de asociaciones, rememora en la autobiografía y le da parte de su sentido. Este suceso fue el asesinato de su padre a manos de un fascista ruso en 1922. Su padre, Vladímir Dmítrievich Nabókov, fue un importante político, al parecer un hombre muy notable, valiente, de una enorme dignidad, que le dejó una impronta a su hijo importantísima. El escritor que no se exalta, que hace gala de una gran serenidad y entereza, pese a lo que te está contando, transmite, no obstante, todo su profundo sentir. Es un bello y conmovedor homenaje el que le hace. Pero es con la educación que Nabokov dio a su propio hijo como termina de trazar el círculo que el abuelo comenzó. Al escritor le interesaba y preocupaba el momento en que los niños toman consciencia de que son seres como tales, independientes de sus padres. Ese momento tan especial y que tan fácil es de malograr, Nabokov siguiendo el ejemplo de sus progenitores y formando un protector y solícito tándem con su esposa Vera, procuró que en su hijo Dimitri no ocurriera. Así el final del libro, cuando los tres se van a embarcar hacia Estados Unidos, es especialmente emotivo. Dimitri debió sentirse muy orgulloso de su padre. De cómo cuidó sus recuerdos y honró a sus padres. 

Siempre decía que lo importante son los detalles. Esos detalles nos dirigen la mirada a sus temas y con sus temas dibujamos, gracias a su enorme talento, el diseño de su interesante vida. En cada capítulo son numerosos esos detalles que te mantienen atenta y son puro deleite. Sus juegos de niño, su viva imaginación desde muy pronto, su particular mirada. Vamos a conocer a aquellos que él quiera que conozcamos y hasta donde crea conveniente. Su mirada sobre sus seres queridos es de una gran ternura y cuidado. Es muy bonito el capítulo que le dedica a su institutriz francesa. Lo divertidas que eran sus excéntricas tías. Están los perros a los que tanto amaba su madre; la gran casa de San Petersburgo, y sobre todo, Vyra, la casa de campo. Es la historia de un gran escritor contada por él mismo con su particular e irrepetible modo, como solo los grandes pueden hacerlo. Una obra maestra.

Texto y fotografía: Ana Martínez García.

Bibliografía: "Vladimir Nabokov. Los años americanos", de Brian Boyd. 

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