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sábado, 6 de marzo de 2021


PARA MAYORES DE CUARENTA 

de Willa Cather



A una le queda como un regusto especial en la boca al decir "mis libros". Esos que son como una tarde de amarillo viejo, del suave roce de los pétalos de las flores marchitas, de delicados visillos que ondean en el transcurrir de las horas. Un regusto a un rastro de velas apagadas hace tiempo y que a un solo gesto se encienden de nuevo. El simple gesto de abrir mis libros es encender el pasado y yo puedo mirarlo a placer. El propio tiempo se enrosca en mis rodillas y ambos fingimos que no transcurre, que transitar por lugares de antaño, por textos creados a la luz de un quinqué, lo detiene de algún modo.

Willa Cather me mira con su mirada franca y límpida desde su escritorio. Me ofrece su libro y en el gesto un agradable olor a membrillos maduros se desprende de él. Lo tomo en mis manos con cuidado. Es hermoso este libro. Compuesto por seis capítulos independientes, pero que se dirigen a ese lector nostálgico de antes de 1922; a aquellos que ya tras la Primera Guerra Mundial vieron traicionarse muchos de los principios en los que creían, cuando las ilusiones de occidente se truncaron en un baño de sangre. 

En el primer capítulo, 'Un encuentro casual', nos encontraremos, en un confortable balneario, con una anciana distinguida, hermana de un gran escritor. Pero la escritora nos va mostrar, antes de saber el nombre de él, que ella es especial por su propias cualidades, por su inteligencia y elegancia. Ser invitados a gozar de su compañía y a charlar sobre literatura en la sala de lectura del Grand-Hôtel d'Aix va a suponer un enorme privilegio. Es por lo que no voy a desvelar el nombre de su hermano. Es parte del encanto de este primer capítulo, el no saberlo hasta más adelante. 

En el segundo capítulo, 'La novela Démeublée', va a teorizar Willa Cather sobre la novela. Es un capítulo muy breve, pero tremendamente lúcido y que nos deja reflexiones muy interesantes, destacando para mí la distinción que hace entre la novela como forma de diversión o como forma de arte. Habla, para sus argumentaciones, de Gogol, Balzac, Tolstói, etc.

Es el tercer capítulo, seguramente mi preferido. En 'El 148 de Charles Street', Willa Cather nos habla de Annie Adams Fields, que durante sesenta años recibió en su salón "a la aristocracia de las letras y el arte". Por allí pasaron escritores tan importantes como Charles Dickens, Thackeray y Henry James o la propia Willa Cather. Mujer de basta cultura con un tacto especial para las relaciones sociales se hizo merecedora del respeto y cariño de cuantos pasaron por su casa. Entre ellos, la escritora Sarah Orne Jewett, con la que conviviría los últimos años hasta la muerte de esta, formando lo que se conocía como "matrimonio en Boston". En estas páginas se van a invocar los fantasmas que a lo largo de los años visitaron a esta asombrosa mujer.

El siguiente capítulo precisamente se lo dedica a Sarah Orne Jewett, escritora de la que hace muy poco tiempo leí su "Tierra de los abetos puntiagudos", que me pareció un libro delicioso. Willa Cather subraya su personal estilo y sensibilidad única para describir el entorno rural y su gente. Hija de un médico acompañaba a su padre en su trabajo lo que le permitió conocer bien a los habitantes del pueblo y el campo. 

Solo un hombre se cuela entre estas importantes y singulares mujeres, y es Thomas Mann. Realiza en este capítulo, la escritora que nos ocupa, una crítica magnífica sobre una de sus grandes obras, "José y sus hermanos". Tenía a este escritor en altísima estima y le escribe un texto concienzudo, desde la consideración que merece tan gran escritor. 

Y el colofón perfecto lo pone con un conmovedor capítulo final dedicado a Katherine Mansfield. A través de un compañero de viaje conoce a la escritora niña, que ya destaca entre los demás. Tiempo después, al encuentro de la escritora adulta, con su frágil salud y su temprana muerte, no podemos dejar de lamentar que tanto talento le fuera dado para que su vida fuera tan breve. Eso sí, su obra sería inmortal.  

Un libro para lectores nostálgicos, de entonces y de ahora. Un libro elegante, culto, melancólico, de mirada amable, pero rigurosa: una auténtica delicia. 

Texto y foto: Ana Martínez García. 

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