EL COLECCIONISTA DE ALMAS PERDIDAS
de Irene Gracia
Los esposos hacían actuaciones con todos sus autómatas en las ferias de Europa y América, y a todos los lugares llevaban a Anatol. Como pasaban buena parte de la vida en los recitos feriales, el niño Anatol vivía en una realidad completamente distorsionada y creía que la vida era una sucesión de ferias rutilantes, llenas de ángeles y monstruos.
De tiempo en tiempo la naturaleza se encapricha con algunos vivientes y se entretiene modelándolos con una gracia especial para humillar a los que creen saber más que ella.
La historia nos ha demostrado que el verdadero arte, en parte por adelantarse al tiempo, en parte por adelantarse al deseo, fue, es y será siempre incomprendido. Con ello pretendo decirte, hijo mío, que el arte, también el mío, está escrito con lágrimas y con sangre.
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Hay libros que poseen la llave que abre determinados resortes abismales de nuestro interior. Dan a cuartos que conducen a ese otro que siempre encontraremos con la puerta cerrada y jugar ante esa puerta supone un misterio, una osadía y un continuo querer atisbar por la cerradura al morador de nuestra propia destrucción.
EL COLECCIONISTA DE ALMAS PERDIDAS, de Irene Gracia, es como vivir en un sueño en el que pasearas por un antiguo cementerio y la bruma te llevara hasta la tumba de los Chat, fabricantes de autómatas, y su historia se fuera apoderando de ti hasta sentir que algo cambia en tu sustancia y te ves mirando al mundo, sin comprender, como desde unos ojos de cristal. Un mundo onírico en el que quisieras vivir, que venciera al fin la realidad, pero que se puede tornar en pesadilla.
El ser humano no ceja de buscar vencer a la muerte, aunque sabe que en un duelo tan desigual es imposible salir victorioso. En este libro se inventa de algún modo una muerte diferente, que es vida, pero no del todo, e inevitablemente acabará siendo monstruosa. Los que se adentran hasta las regiones más oscuras buscando burlar a la gran Dama se condenan a vivir entre los muertos, tirando de ellos, resistiéndose a dejarlos marchar. La soledad que emana de este libro, que se te agarra en la lectura, que te vuelve los ojos hacia dentro en un no estar del todo aquí ni allí, es la resistencia terrible y dolorosa a la despedida de los seres amados. Para los que nos gusta instalarnos en las regiones de la imaginación y volvemos al mundo real por pura obligación, a menudo lo hacemos por quienes amamos y quedamos en un complicado equilibrio entre los que se fueron y los que siguen con nosotros.
"El Golem", "Frankenstein", los vampiros..., son los tristes monstruos de nuestra resistencia a lo inevitable. En cambio, con los autómatas, los títeres, determinadas muñecas, puede ser como un juego. Anatol Chat preparará el espectáculo que todos quieran ver. En las ferias decimonónicas y de principios del siglo XX el público quedará asombrado ante la extraña vida que parecen poseer sus autómatas. Oh, mi pobre Anatol, tal vez yo nunca quiera ya dejarte marchar y trataré de extraer tu alma del fascinante libro de Irene Gracia y meterlo dentro de uno de mis muñecos para que siga el espectáculo. Perdóname, querido, si desde la rigidez de sus miembros no te encuentras del todo cómodo. Te contaré de nuevo los hermosos cuentos que Irene nos regaló en este libro para que de algún modo me comprendas y pasaremos las largas veladas invernales como dos soledades que se reconocen. Eso sí, creo que estarás de acuerdo en que no invitemos a Rocambor.
Sé que al escribir sobre esta novela la conversación es más conmigo misma que con vosotros. Pero es que no es fácil explicar que he sentido como si los Chat fueran mis ancestros y que sus rostros desdibujados por el tiempo Irene los hubiese vuelto nítidos de nuevo. Paseo por el cementerio de Père-Lachaise y me siento ante sus tumbas, recordando...
En cuanto supe de esta novela, las expectativas se me dispararon. Sabía que lo amaría, que encendería los quinqués de mis cuartos secretos. Este libro surgido de la bruma, lleno de fantasía, que honra la más bella tradición de los cuentacuentos y que nos ofrece una recreación onírica y mágica del pasado, me ha fascinado. Cuando además escuché a Irene en entrevistas me pareció que era uno de esos seres únicos a los que se les ve más el alma que a los demás. Ella es, además de una buena escritora, un ser conectado por esos conductos que no todos pueden recorrer hacia el verdadero arte. La música, la literatura, la filosofía... en sus manos adquiere el aura de algo precioso que hay que explorar y que hacerlo de su mano será algo inolvidable.
Texto y fotografía: Ana Martínez García.
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