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domingo, 3 de octubre de 2021

 EL GABINETE DE LAS HERMANAS BRONTË

de Deborah Lutz


Siento al escribir sobre las hermanas Brontë que la estancia está demasiado atestada de gente. Son tantos los lectores que reclaman un pedacito de tela de sus vestidos que es preciso que tome distancia y me quede en soledad. Caminaré durante un trecho, me adentraré en un bosque y bajo el susurrante sentir de los árboles releeré algunos fragmentes subrayados de "Jane Eyre", recordaré la paz que sentí con "Agnes Grey" o me atrapará de nuevo el misterio de la rama de abeto en la ventana de "Cumbres borrascosas"... El verdadero hálito de las hermanas está en sus libros.

El arte post mortem tan importante en la época victoriana trataba de fijar el instante en el que se exhalaba el último aliento, como si de ese modo pudieran atraparlo y conservarlo. Pero ninguno es tan persistente como el que respira en los grandes libros y en las obras de arte. Es este aliento que le prestan los libros de Charlotte, Emily y Anne a los objetos que les pertenecieron el que me produce una sensación casi desasosegante, un prurito por saber, por poseerlos más allá de su mera naturaleza material. Por poseerlas a Ellas de algún modo a través de los objetos que les pertenecieron y que formaron parte de su trascurrir cotidiano. 

EL GABINETE DE LAS HERMANAS BRONTË, de Deborah Lutz, nos permite a través de algunos de estos objetos personales realizar un singular recorrido biográfico. Están entrelazadas las vidas de las hermanas y las relaciones de cotidianidad que establecían con estos objetos, con las que establecían los propios victorianos con objetos similares. En lo particular de cada cual y en las normas de uso generales que adquirían por hábito, imposición, clase social o incluso por el credo que profesaran. Este libro, por tanto, no solo nos permite atisbar entre las pertenencias de las tres hermanas en su intimidad, así como el papel decisivo que jugaron en sus obras, sino que, además, nos da interesantes detalles sobre las costumbres de la época, tanto de personas anónimas como de otros escritores y artistas, relacionados o no con ellas. Cómo no, su hermano Branwell, presente, de un modo u otro, en sus vidas y en sus obras, se nos muestra inseparable de ese imaginario compartido de juegos y creación artística.  

Deborah Lutz dice que creían entonces que podía existir una conexión a través de los objetos entre los vivos y los muertos. Una conexión para ellos incluso sobrenatural. De algún modo la sentimos leyendo este libro con las propias hermanas Brontë y con una época que a tantos lectores nos fascina. Claro, visitar Haworth siempre supone un placer, pero que se trae los bajos manchados de tristeza. Es inevitable. Ir allí es cruzarse demasiado a menudo con la muerte. Imposible olvidar el desgarro de Charlotte en una carta dirigida a su amiga Ellen cuando Emily muere: "Y ahora ¿dónde está? Fuera de mi alcance, fuera de mi mundo, me la han arrebatado". 

El libro se articula en nueve capítulos y cualquiera de ellos es digno de ser destacado. Todos son interesantes y se leen con deleite. El capítulo de las mascotas me resultó especialmente enternecedor. Los que tenemos animalitos en casa sabemos la relación que se establece de enorme cariño con ellos y que ante la muerte sienten también dolor. El de los escritorios adquiere importancia por razones obvias. Cuando habla de los costureros es precioso. Y el de los álbumes de recuerdos con la locura que les dio a los victorianos por los helechos nos recuerda que la tendencia a la imitación que tenemos las personas se nos va a menudo de las manos.

Ningún objeto tiene mayor valor de fetiche para los lectores que un libro. Un libro sobre los objetos de las hermanas Brontë aumenta aún mas ese valor. Nos gusta mirar en los cajones de nuestros escritores favoritos, leer sus diarios, sus cartas... Pero es el hálito de sus obras el principal generador de vida y la vida en ellas seguirá mientras las leamos y cuidemos.  

Texto y fotografía: Ana Martínez García. 

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