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domingo, 24 de octubre de 2021

HENRY Y CATO

de Iris Murdoch


"¿Podía aún hallar consuelo en el arte? Hacía mucho que le había abandonado Mozart, pero Bach estaba allí todavía".

"Muchas veces Henry se veía como un artista fracasado. ¿Por qué fracasado?, válgame Dios, le interrogaba Bella. Si no lo has intentado siquiera".

HENRY Y CATO, de Iris Murdoch.

***

Henry y Cato son dos amigos que al terminar sus estudios siguieron caminos separados. Ambos provienen de familias adineradas unidas por vecindad y ciertos vínculos, no les ha faltado de nada material, pero se sintieron siempre incomprendidos en sus hogares. Los dos desprecian ese mundo de comodidades y su pretensión ha sido, cada uno de diferente manera, alejarse lo más posible de su entorno, trascenderlo e incluso en el caso de Henry, dinamitarlo. Buscarán un sentido para sus vidas que vaya más allá de lo esperado para ellos, pero para lograrlo actuarán de manera reprobable con la excusa de alcanzar un fin que creen loable. "En alguna parte existía una vida heroica a la que él creía tener derecho". Cuando tengan que enfrentarse con su propia mediocridad y aceptar que la empresa es demasiado para ellos; cuando tengan que mirar de frente a su realidad, uno de ellos, más cínico lo aceptará, con pena, pero con cierto alivio en el fondo, y el otro se hundirá en una terrible crisis de identidad.

En un momento dado, escribí en uno de los márgenes de este libro del que hoy os hablo, HENRY Y CATO, de Iris Murdoch: "He de decir que ni me interesa Cato ni Henry lo más mínimo. Me quedo en la mansión de Laxlinden con Lucius, Gerda y Rhoda". Sí, mi principal problema con esta novela en un principio fueron ellos dos. Sus motivos los veía, me parecía ver a dónde la autora quería llegar, pero en sus comportamientos me resultaban a menudo muy pesados y los discursos muy confusos. Incluso ocurre un suceso en la segunda parte de la novela que me resultó un tanto peliculero, ejecutado de tal manera que me alejaba de la historia. Mejora para mí ostensiblemente en la tercera parte, que es magnífica, y en las dos anteriores la diferencia siempre la marcó esa mansión y sus habitantes a la que acudía Henry. Aunque a él me daban ganas de cerrarle la puerta en las narices y quedarme dentro con los otros tres. 

Hay un personaje, desde luego, que destaca por encima de los demás, y es Lucius. De todos ellos es el único que creo que está destinado a algo grande, a no zambullirse en esa mediocridad en la que vivimos la mayoría. Pero ya tiene una edad, se ha acomodado al lado de Gerda, tanto que se ampara en culparla por miedo a actuar y ha dejado pasar el tiempo en una vida aburguesada. Veremos sus intentos -o amagos- de volver a la circulación, a luchar por darle forma al talento que él sí parece poseer. Es un personaje muy interesante, culto, sensible, que te conmueve más que ningún otro, aun con su cobardía.

Por Lucius, la mansión y sus habitantes y toda esa tercera parte, la novela merece la pena leerla. No estará entre mis preferidas de mi admirada Iris Murdoch, pero es que entre tantas que escribió alguna tenía que ser un poco más irregular. 

Texto y fotografía: Ana Martínez García. 

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