LA FOLIE BAUDELAIRE
de Roberto Calasso
Existe una ola Baudelaire que lo atraviesa todo. Tiene su origen antes de él y se propaga más allá de todo obstáculo. Entre los picos y las caídas de esa ola se reconocen Chateubriand, Stendhal, Ingres, Delacroix, Sante-Beuve, Nietzsche, Flaubert, Manet, Degas, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Laforgue, Proust y otros, como si fueran investidos por esa ola y, por momentos, sumergidos. O como si fueran ellos quienes chocaran con la ola. Arranques que se cruzan, divergen, se bifurcan. Remolinos, vórtices repentinos. Después sigue la corriente. La ola continúa su viaje, dirigida siempre hacia el <<fondo de lo desconocido>>, de donde provenía.
Fue paradójicamente el crítico Saint-Beuve el que nos dio una de las imágenes más certeras de lo que representaba en literatura Baudelaire, comparándolo como sintetiza Roberto Calasso con "...un quiosco solitario, que se alza sobre un paisaje desolado". Lo hizo cuando pretendía minusvalorar e incluso ridiculizar su talento, pero no le pudo salir peor la jugada. Quién recuerda hoy al crítico más temido y venerado del siglo XIX, si no es para recalcar su errado proceder con grandes de la literatura como Stendhal, Balzac, Flaubert, Nerval y el propio Baudelaire. Mientras estos son reeditados una y otra vez y leídos con deleite, los libros de Saint-Beuve no acumulan más que polvo y olvido. Lo mismo que les ocurrirá a muchos de los libros que son ensalzados en la actualidad por críticos interesados, libros que morirán devorados por su propia mediocridad.
Baudelaire no solo es leído, sino que está allí donde muchos ni siquiera captan su presencia. Estaba en Rimbaud, en Lautréamont, etc. Está, obviamente, en Proust. Cómo se puede reseñar 'En busca del tiempo perdido' y no nombrar a Baudelaire. Me da hasta risa. Está en Walter Benjamin; está en Kafka; en Dostoievski, y en tantos otros. Su "ola" hacia atrás y hacia delante, llega incluso hasta Bolaño y seguirá y seguirá alcanzando, empapando, amparando a otros muchos escritores. Es una ola inextinguible. Él era, es y será la expresión máxima del concepto de decadencia (a la que todo y todos estamos condenados), comienzo de la literatura moderna y el modo definitivo de bajar a los abismos y en un desierto de dolor, entre las ruinas de la civilización, lograr que crecieran las más hermosas flores que la literatura ha dado: LAS FLORES DEL MAL.
En un rincón, una cama sin hacer.
Nos dice Roberto Calasso en 'La folie Baudelaire' que el gran poeta francés era un consumado procrastinador. Cuando en su vida se produce la "gran fractura" que lo aleja de la buena sociedad, de las normas del sistema, para adentrarse libre en las profundidades de París, para ser reflejo de sí mismo, extraño y brillante, para que su mirada del flâneur por excelencia nos mostrara la ciudad en sus más recónditos nudos de luz que él ya veía que agonizaban de oscuridad, lo que estaría haciendo es postergar todo lo que hiciera falta para entregarse a la poesía, acudiendo a todo aquello que le apasionara, mirando sus miedos a la cara y a instalarse en su soledad. Soledad. En su figura siempre la isla, el estandarte, el observador... Sin embargo, serían sus amigos los que protegerían su obra, los que no permitirían que se perdiera.
'La folie Baudelaire' es un homenaje al gran poeta desde una profunda admiración, realizado de una forma fascinante, siendo una lectura absorbente y a la vez asombrosamente erudita. Y girando en torno a él nos muestra la Francia del XIX que en esa "ola" que todo lo cambiaría, que superaría las carencias del Romanticismo, que se erigirá como una herencia contestataria, aun a veces sin saberlo. Un ARTE nuevo y del que seguimos siendo deudores. Pero en este libro no solo la literatura y la poesía son celebradas, la pintura también lo es a través del análisis de sus textos para los 'Salons' con Ingres, Delacroix, Manet, Berthe Morisot, Degas y Constantin Guys a quien Baudelaire bautizaría como "el pintor de la vida moderna". Incluso el cine es alcanzado por esa "ola" con representantes como Max Ophuls o Von Stroheim.
Para escapar del error de las apostasías filosóficas, me resigné orgullosamente a la modestia: me contenté con sentir; regresé a encontrar un asilo en la impecable ingenuidad.
Texto y fotografía: Ana Martínez García
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