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miércoles, 30 de marzo de 2022

DOLENCIA

de Hélia Correia


Miss Siddal tenía libros, algunos de ellos prestados por Ruskin. Le gustaba sentarse en los jardines, entre las hojas de otoño. Aunque corpulenta, su compañera se enfriaba fácilmente. <<Vuelve a la pensión>>, le decía Lizzie. Soportaba las bajas temperaturas como recurso para quedarse sola, pensaba Mrs. Kincaid. Pero, si se retirase, existía el peligro de que confundiesen gravemente a Miss Siddal. Ella parecía impermeable al exterior, tanto para los hombres como para el clima.

El otoño a su alrededor, adquiría la forma de un vórtice dorado en el cual Miss Siddal, con su pelo, con su delgadez, era absorbida como si fuera también un elemento vegetal. <<Autumn>>, la llamó Gabriel. A veces el viento conseguía levantarla. Él la obligaba a volver al suelo. Aquello se parecía a un ensayo, a una preparación para la pérdida. Respiraban apretados el uno contra el otro, sin que la lluvia los llevase a refugiarse.

***

La culpa destruyó al pintor y poeta Dante Gabriel Rossetti. Pero en su descargo podemos decir que es muy difícil estar a la altura si estás enamorado de un ideal, del fulgor de una melena pelirroja tan inapropiada entre los cánones de belleza de la buena sociedad decimonónica, de una mujer a la que hacían pasar por la puerta de atrás, pero con el porte de una reina. Elizabeth Siddal fue para Rossetti su Beatriz y tras pintarla John Everett Millais y convertirla también en Ophelia, como una lúgubre predestinación se instaló en su ser en forma de una misteriosa dolencia. El amor que los unió surgió para crear una leyenda y las leyendas, de todos es sabido, a menudo precisan de la mano helada de la muerte para convertir a sus protagonistas en inmortales.

Hélia Correia en DOLENCIA se instala en plena época victoriana donde unos jóvenes pintores recorren las calles buscando modelos para sus cuadros. Estos artistas formarían la Hermandad Prerrafaelita y pasarían a la historia por el impacto que causaron sus pinturas inspiradas en la naturaleza, el arte medieval y la literatura, pero también por las relaciones que establecieron entre ellos y con algunas de las modelos que les acompañaron. Aunque sobre todo es Ella, miss Siddal, el gran misterio que recorre todas sus páginas y el magnetismo de Rossetti, que fue destructor y destruido en ese enigma, que atraía en torno a él a grandes creadores de la pintura y la literatura. Rossetti, mimado, egoísta, anhelando libertad, pero sin poder desenredarse de los cabellos de su Beatriz, de su Guggum.

Es Ella, su misterio, su reserva, su resistencia a que Rossetti se alejara, sus intentos de ser creadora y no solo musa. Lees sintiendo su mirada, su silencio hosco entre las líneas, anhelando desentrañar la incógnita. Sin embargo, según iba avanzando en la lectura me iba costando enfocar el "objeto", los mismos que le cerraban el círculo o de los que ella quería huir, atraían mi atención en ocasiones más de lo que lo hacía ella. Y es que están todos en este libro y los escándalos, los dimes y diretes de esa época, de la gloriosa etapa a partir del surgimiento de la Hermandad, desde 1948 hasta el momento, 1969, en que Rossetti se deja convencer por el portugee... Están también muchos de los que fuera de sus márgenes influyeron o se vieron influidos por ellos. Tantos y todos tan interesante. Ruskin, el crítico más influyente que apoyó a los prerrafaelitas cuando la mayoría abominaban de su obra; personalidad singular y parte de un triángulo amoroso que ruborizó a las jovencitas de la época. Qué obligaría a su esposa Effie Gray a pedirle el divorcio para casarse con John Everett Millais sabiendo que la sociedad le daría la espalda. Está su hermana, Christina Rossetti, tan fascinante o más que Gabriel; el gran poeta Tennyson, Ford Madox Browm, la valiente e inteligente George Eliot, los Browning, la primeras feministas, la pintora Jemima Blackburn...Y cómo no, William Morris y ese maravilloso proyecto de una comunidad de artistas en The Red House, donde miss Siddal tenía que enfrentarse a ese otro ideal de los prerrafaelitas, Jane Burden... 

Ya había leído sobre esta hermandad, pero nunca de un modo tan bello. El estilo de la autora me enamoró. Claro que su historia es fascinante y la de muchos de los artistas que en este libro aparecen, pero la autora lo lleva más allá. Sobre cada personaje hay una palabra, una mirada, un acertado y poético comentario que es como un foco dorado que te lo destaca. Estamos ante un misterio, como decía, el de Elizabeth Siddal y cada cual jugó su papel. Y el papel de la autora es el de tejer la historia con las hebras de oro de la buena literatura. 

Lizie al final me disculpaba por distraerme tirando de tantos hilos interesantes. Sabía que todo en el libro confluía en Ella. Y al fin y al cabo siempre estaba pendiente de Gabriel y lo esperaba tal vez como si fuera Lucy Westenra con su bellísima melena pelirroja refulgiendo en la noche eterna. 

Texto y fotografía: Ana Martínez García. 

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